Hace algunas semanas tuve la suerte de tener una muy linda experiencia guiando a través del Museo Judío de Berlín a un grupo de personas ciegas. La experiencia fue todo un éxitoya que este increíble proyecto del arquitecto Daniel Libeskind permite acercarse a la historia a través de las sensaciones con una serie de espacios que nos permite sentir la experiencia de los judíos durante la época del Tercer Reich.

El acceso al museo es a través de un antiguo edificio que albergó el Museo de Berlín. Desde allí se bajan unas escaleras que nos lleva al sótano del nuevo edificio diseñado por Liebeskind. Estas escaleras son de escalones oblicuos y poco iluminadas, dando la sensación de inseguridad.

Una vez abajo nos enfrentamos con los tres ejes que crea el arquitecto para simbolizar las tres experiencias de los judíos en la Alemania Nazi. Estos ejes son pasillos rectos que se cruzan formando ángulos no perpendiculares de manera que complica la orientación y empieza una leve sensación de mareo. Esa sensación se hace más presente a medida que se avanza, ya que el suelo de estos pasillos está levemente inclinado y no hay ángulos rectos.

El primer eje, el „eje de continuidad“, se presenta como una extensión del acceso al nuevo edificio conduciendo a una larga escalera que remata en un muro 4 pisos más arriba y da acceso a las salas de exposiciones donde se albergan dos milenios de la historia Germano-judía. La exhibición comienza con las comunidades medievales a lo largo del Rin y finaliza con una visión de conjunto sobre la inmigración de unos 200.000 judíos procedentes de la antigua Unión Soviética, con lo que comienza un nuevo capítulo de la vida judía en Alemania.

Del eje de la continuidad, nace el „eje del holocausto“, un pasillo sin salida que culmina en una gran y pesada puerta de metal. A medida que uno avanza por este eje uno va leyendo en los muros los nombres de algunos de los campos de concentración y de exterminio… Sachsenhausen, Dachau, Treblinka, Auschwitz… Al final se llega a la pesada puerta de metal y se accede a uno de los espacios más imponentes que he visto en mi vida: la „Torre del Holocauso“. Un espacio vacío de concreto de 24 metros de altura cuya única iluminación es la luz natural que entra por una pequeña grieta en el techo. Es un espacio frío, donde el más mínimo ruido se convierte en eco. La pesada puerta de metal retumba cuando se cierra y el conjunto del eco, el espacio y el frío producen una extraña sensación de soledad, tristeza y muerte.

Finalmente está el „eje del exilio“ que ofrece un punto de escape hacia el exterior a través de un gran ventanal y una gran puerta conectando con el „Jardín del Exilio“. Este jardín de base cuadrada está compuesto por 49 pilares de hormigón y rellenos con tierra de Berlín y de Jerusalén, coronados con vegetación. El suelo completamente inclinado es de piedrecillas, produciendo que el caminar sea inseguro, y la falta de ángulos rectos dan paso a una fuerte sensación de mareo, representando la sensación de inseguridad que produce el exilio al enfrentarse a una nueva vida, nueva cultura, nuevo idioma…

Después de esta intensa experiencia continuamos la visita en el primer piso visitando la obra del artista Menashe Kadishman titulada „Hojas caídas“ (esta obra es parte de la exhibición permanente). Una instalación que cuenta con 10 mil rostros torneados en acero de diferentes tamaños que están distribuidos sobre el suelo del «Vacío de la Memoria». Esta obra está dedicada no solo a los judíos asesinados durante la Shoa, sino también a todas las víctimas de la violencia y la guerra.
Esta magnífica obra invita al visitante a caminar y pasear sobre estos rostros de metal y fue lo que hicimos. Había también otros visitantes y junto con nosotros eramos unas 60 personas pisando las plancha de metal con los rostros que al restregarse producen un ruido ensordecedor y sobrecogedor. Fue toda una experiencia!